27/8/17

Carla Pravisani – Las hienas del miedo





No sé por qué, pero me parece que ha pasado un tanto desapercibido este cuentario de Carla Pravisani “Las hienas del miedo” que a mi modo de ver es por mucho, el mejor de los que aparecieron publicados durante el 2016.

Y es que, en resumidas cuentas, Pravisani hace un despliegue de dominio técnico, de soltura narrativa, de picardía e ingenio. Su manejo del diálogo es exquisito, logrando que los personajes se muestren y se presenten así mismos; sus descripciones son puntuales, sabe cómo montar todo el cuadro de sus cuentos en pocas líneas y no cae en la tentación divergente de irse por las ramas. Verdaderamente en las “Las hienas del miedo” encontramos verdaderos “modelos” de lo que el exigente género del cuento debe ser. Tal vez mi único reproche en cuanto a estilo sea el incontinente uso del símil.

Con el subtítulo “antología anticipada” la autora nos advierte que se trata de un recopilatorio de obra ya publicada y otra inédita. Anticipada, sí, porque la autora sigue en plena producción y, por lo tanto, esta selección no es definitiva y por ahora está compuesta de tres secciones muy orgánicas y bien amalgamadas: “Las hienas del miedo”, “Sol de invierno” y “La piel no miente”.

En la primera sección que da título al libro tenemos cuatro textos exquisitos, comunes entre sí, una extraña fusión de pensamiento positivo, autoayuda y la frustrante culpa de los personajes víctimas de los arquetipos más hilarantes, tal es el caso de “¿Quién se robó mi queso?” donde Don Elton Blanco del Castillo, el maestro del marketing, como en una especie de “Casa tomada” no solo arrebata el negocio a sus tristes dueños, sino también sus voluntades. Y en “Iluminaciones” igual de enajenados que miembros de una secta evangélica, los seguidores de una especie de “Maestro” de lo “new age” y el más recalcitrante sincretismo, se desdoblan, se trascienden, se elevan hasta que “Voy muy lejos, casi a la altura de los postes. Abajo me grita la materia del pobre ser, creo que dice algo como “vieja carepicha”, pero casi ni lo oigo” y, ¿cómo van a oír a los que somos de tierra y de sudor? Como de tierra y sudor son los desocupados, los que pellizcan y recogen boronas y comisiones en las ventas y casi acarician las promesas y sueños cumplidos que promete el Campeón en ventas en “Los sorprendentes resultados del pensamiento tenaz”. Completa esta sección un cuento que fue recogido en la “Antología del nuevo cuento de Centroamérica y República Dominicana, Un espejo roto” se trata de “Locaciones” una especie de crónica bellamente narrada sobre el cinismo de los políticos, y es que de eso se trata esta sección: de cinismo en su más pura esencia, así es la risa de las hienas.

La segunda sección “Sol de invierno” tiene una rara atmósfera, todo es ruinas, hasta la memoria. La voz de la narradora se confunde, se disfraza de nombres, nos lleva a un recorrido por lo que antes fue suyo y es tan ajeno ahora. Por un momento me sentí como un testigo mudo conducido de la mano por un Doctor Díaz Grey en la Santa María de Onetti, pero, esta vez fue una niña quien me llevaba de la mano: Rocío, en “La promesa” (Texto que pertenece a la colección “Y el último apagó la luz”), en algún lugar indeterminado, en un tiempo borroso que le pertenece a la pubertad, donde se va cimentando el carácter, cuando ya no hay excusas para no distinguir entre el bien y el mal y se controla el impulso, es la caída, la infancia perdida, y Rocío con amargura cumplirá sus promesas. Luego es de la mano de Tania contemplando a su padre en un ascenso hasta la “La casa de la cima” que es un descenso para él hacia su paraíso perdido. Luego será la mano de Jime, en el cuento que titula la sección (el cual apareció en la edición impresa de Buen Salvaje), me lleva cuesta abajo hacia el río, hacia todo lo que la asfixia, hacia la insinuación y los actos fallidos de una niña que comienza a hundirse. Un poco aparte, tal vez porque lo siento más afín a la primera sección del libro, tomo la mano de Ulla que me lleva hasta su propia perplejidad cuando ve llorar a su madre. No me extrañan los elementos presentes en estos textos, la lluvia, el río, la orina, el llanto, en todos algo fluye, en todos ellos las niñas que me conducen me muestran a su parentela como pesados fardos de los que no pueden escapar, se siente la sofocación, el escalofrío.

Cala Pravisani. Fotografía de Daniel Mordsinsky

La última sección, “La piel no miente” es una selección de textos de la obra del mismo nombre con la que Pravisani en el 2012 fue reconocida con el premio nacional Aquileo Echeverría 2012. Textos que logran una atmósfera intemporal, se siente en ellos un sabor a herrumbre y al mismo tiempo de cosa recién ocurrida, en ambientes donde parece que la naturaleza no ha sido domada completamente y la gente lucha contra algo salvaje allá afuera y con algo salvaje que brota de si misma, estos cuentos están construidos esféricamente, la vileza de los personajes, y sus inerciales ganas de vivir en medio de sus tragedias domésticas le dan ese aire universal y eterno, no necesitan ahondar en nada más que en sí mismos. Para muestra, la autora ha seleccionado cinco textos, el primero es “El colmillo del venado muerto”, soberbio, el abalorio, el inútil canino del herbívoro igual que una pieza totémica, transfiere al portador su “poder” o a la inversa, al menos los dos Kleimberg tuvieron su momento de lucidez y dignidad, no así García. Algo semejante ocurre con el siguiente, “Dientes” (curioso énfasis) pero estos son humanos, llevan igual carga, igual connotación, para Freidell (la protagonista) son su orgullo restaurado, recuperarlos es el doméstico intento de seguir con su vida. Sigue el texto “Niños del sol”, un guiño que nos remuerde, y nos muestra lo peor de esas bucólicas comunidades rurales y las gentes que las habitan. “Palabras del alcalde” es otro de esos textos maravillosos donde Pravisani con esa contención y ese dominio técnico logra un cuento cuya circularidad y manejo de la trama construye un arquetipo del político provincial (y de cualquier político). Cierra el conjunto con el cuento homónimo de esta sección, por alguna razón que no sé decir, me recordó mi cuento favorito de Borges: “La intrusa”, desde luego que son relatos muy distintos, pero a lo mejor fue por ese efecto de “eco”, esa resonancia que deja después, y mucho tiempo después de su primera lectura, y nos acompaña en las rutinas cotidianas.

Nos avisa el texto de contraportada: “Otro gran libro se añade a la historia de las letras contemporáneas” tal afirmación no podría ser más acertada.


Germán Hernández


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