15/11/13

Pasaje al Paraíso – Michael Connelly




“Creo que todos los libros que escribo y los que tengo en mente y aún no he materializado forman parte de un único libro, una gran obra, de manera que están todos conectados entre sí.  Es algo en lo que también me influyó El Bosco, en sus cuadros hay cantidad de cosas en infinidad de niveles, todas relacionadas unas con otras. Es uno de los placeres que me proporciona mi trabajo, establecer estas pequeñas conexiones tan curiosas entre personajes aparentemente distintos y distanciados.”

Michael Connelly.

Michael Connelly es junto a Dennis Lehan, el más relevante escritor de literatura negra en Estados Unidos hoy. En su obra, que hasta ahora tiene más de 25 novelas publicadas, destaca su serie protagonizada por el detective de Los Ángeles, Hieronymus "Harry" Bosch con 18 entregas.

La referencia al maestro holandés con el nombre del protagonista es más que obvia, la madre del personaje lo bautizó así por su admiración a la famosa obra del pintor de “El jardín de las delicias”. También se han hecho analogías entre la vida del escritor James Ellroy y el personaje de Connelly, en La dalia negra (1987) Ellroy sintetiza su trauma personal de juventud por la muerte violenta de su madre con la recreación literaria del famoso caso del asesinato y mutilación de Elizabeth Short, treinta años después Ellroy investigó por su cuenta el crimen no resuelto de su madre, Harry Bosh también sufre la pérdida de su madre víctima de un asesinato y muchos años más tarde, retoma la investigación y logra resolver el crimen de su muerte.

La singularidad de Harry Bosch a lo largo de la saga, se revela en su pasado traumático, sobreviviente a la orfandad, sobreviviente de la guerra de Viet Nam, y sobreviviente de sí mismo. Pero también Harry nos resulta el arquetípico detective duro, pragmático, cuya obstinación raya en la ética kantiana de cumplir su deber hasta las últimas consecuencias, y cuando esto ocurre el saldo resulta abrumador. Esta combinación da como resultado un personaje fascinante, familiar, y a la vez complejo, un lobo estepario, una bestia carcomida por el pasado, un amante y padre capaz de la mayor ternura, en suma, uno de nuestros detectives favoritos y su autor un maestro.

Michael Connelly
Pasaje al Paraíso, corresponde a la quinta entrega de la saga. Originalmente se publicó con el sugestivo y evidentemente más acertado título en inglés “Trunk Music” (Música de Maletero) en 1997, y esa música en la jerga de la mafia no es otra cosa que un cadáver en la joroba de un auto, donde todo comienza y que sacará al detective de su ciudad hasta Las Vegas y de regreso. Bordeando los meandros de una saga donde los sospechosos se vuelven inocentes y las víctimas culpables; la trama es compleja, los hilos que unen las relaciones y los giros entre los personajes están brillantemente tejidos (una víctima que produce porno, una investigación por evasión fiscal, relaciones con la mafia, agentes del FBI encubiertos, una viuda indiferente, etc.) y con todo, cuando la novela pierde fuerza, cuando la cadena de casualidades llega hasta lo inaudito, no nos queda más que emocionarnos con la aparición de la ex agente del FBI, ex convicta, jugadora profesional de póker y musa del detective:  Eleanor Wish “Aunque hacía cinco años que no la veía, Eleanor nunca había dejado de estar ahí, incluso cuando hubo otras mujeres. Una vocecita interior siempre le recordaba que Eleanor era la mujer de su vida. La pareja perfecta” y  con la pirotecnia y espectacularidad características del autor, nos incluye su secuestro y su rescate “Gracias Harry, sabía que vendrías”.

Y a pesar de esto, y un epílogo relamido y totalmente innecesario, Pasaje al Paraíso es toda una proeza de observación psicológica alrededor del protagonista, un personaje siempre creíble en cada momento de la novela y en su interacción con los otros personajes; para los seguidores, novela a novela, la progresión de la vida y las relaciones de Harry Bosh resultan adictivas, y en el caso de esta quinta entrega, un embeleso. La resolución del caso nos tiene que poner alertas, tu asesino no es solo quien menos esperas, está más cerca de lo que piensas.

Germán Hernández.


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8/11/13

La torre siete - Bernardo de Montes de Oca




La torre siete



Conocí a Dan Trevor en su casa, en Guiones, Guanacaste. No había llegado a su puerta y él ya había abierto, apoyado en un bastón con una cara uniforme de emociones. Me costó creer que tantos meses, y horas sin sueño frente al monitor, que pasé leyendo informes, viendo videos, analizando cada segundo, dieran con esas mejillas rendidas ante la gravedad, esos ojos escondidos entre arrugas y lentes ingenierilmente redondos. Miró hacia arriba y asintió una vez.

- Adelante, siéntese dónde guste.

Tenía ese imperdible tono gringo al hablar.

- Gracias, señor Trevor.

- Es Dan, mantengámoslo así—fue a la cocina y siguió hablando mientras yo buscaba dónde sentarme, su casa era pequeña--. ¿Algo de tomar?

- No. Estoy bien.

Aun así trajo un vaso de agua para mí. Exhaló su fatiga cuando frotó los brazos del sillón como si fueran sus mascotas, su bigote se inclinó hacia arriba en las esquinas y me miró fijamente.

- Entonces, ¿en qué le puedo ayudar?

-Quiero saber qué pasó ese día.

-No mienta.

-¿Perdón?

-Usted quiere saber cómo sobreviví ese día. ¿Cierto?

 No le pude contestar. Había organizado las preguntas y me di cuenta que no servían de un carajo. Sonreí con un poco de vergüenza y asentí.

Dan Trevor, arrugó los labios y miró a un vacío que había visitado más de una vez.

-Antes de comenzar, sólo tengo una pregunta. ¿Cómo me encontró?

-Google.

 Hasta hoy no sé si supo que le mentí.

-Habíamos estado trabajando como locos por un mes. Teníamos un plan de trabajo que cumplir y las últimas dos semanas de ese mes teníamos jornadas de 16 o 18 horas. Aquel once de septiembre no tenía que ser diferente a cualquier otro día en nuestro trabajo, pero fue un día peculiar.

-Creo que es un poco conservador decir eso.

-No, no. No lo digo por todo lo que pasó, sino porque todos aquellos que dicen que se sentía algo diferente en el aire, mienten, incluso los que estábamos en el edificio siete. Nos acostumbramos al sótano, a la oscuridad, al silencio. Tanto así que se nos olvidaba que existía el exterior.

-¿Cuántos eran?

-Éramos quince.

-¿Usted era el líder?

-Sí—Su conocimiento lo había calificado como ideal para un análisis avanzado de los edificios del complejo de intercambio mundial, conocido como el World Trade Center (WTC). Él se encontraba ubicado en el séptimo edificio el día once de septiembre del dos mil once. Luego del ataque, él y sus catorce compañeros, dejaron de laborar para la compañía SilverStructural Company, dirigida por Larry Silverstein, dueño del WTC.

-¿Cómo comenzó todo?

-El primero no lo escuchamos, solamente sentimos un temblor fuerte. Sabíamos que algo había pasado pero por muchos minutos, un tiempo que siempre me pareció extraño, no escuchamos nada en la radio. Ya cuando nuestros inspectores confirmaron que estaba bien, seguimos trabajando.

-¿Nadie les dijo nada? ¿Ni una advertencia?

-Era el sótano, nadie sabe que existe cuando hay miedo, aunque sea el lugar más seguro. Nosotros estábamos tranquilos.

-Y, ¿el segundo?

-Ahí sí cambió todo. Ese lo escuchamos y lo sentimos. Fue más de lo que cualquier pudiera haber imaginado; todos me miraron. Yo no sabía qué hacer, yo era el líder no el jefe. Tomé el radio y pregunté. La única respuesta fue: “Quédense abajo”, mientras escuchaba caos afuera. Al parecer estar a metros bajo tierra era lo más seguro.

-Terminó siendo cierto.

-Los quince estamos vivos.

-¿Por qué siguió trabajando?

-Tenía que concentrarlos en algo. Cuando hay estrés alrededor y la mente tiene chance de divagar, es ahí cuando pasa lo malo. Los instaladores fueron los primeros en resistirse, les daba miedo las vibraciones, y les dije que no había problema. Nuestras herramientas no eran sensibles a vibración, sino a corriente eléctrica.

-Luego, ¿qué pasó? El registro indica que ustedes lograron salir a las once. ¿Por qué tan tarde?

-Ha hecho un buen trabajo.

-Gracias.

-No habíamos terminado. Suena un poco absurdo, pero es cierto. No habíamos terminado y yo tenía órdenes directas de seguir trabajando. Tuve que quitarles los radios porque se oía el exterior; nuestros compañeros afuera gritaban, algunos habían perdido el control y otros trataban de calmarlos. Recuerdo escuchar estallidos a través de los radios, como si alguien botara barriles de metal, que luego supe eran personas que saltaban al vacío.

El WTC consistía en siete edificios separados por distancias cortas. Además de las torres gemelas, el edificio siete fue el único en colapsar. Este edificio archivaba los documentos de cuatro agencias de inteligencia del gobierno de los Estados Unidos, entre los cuales se encontraban apelaciones que cuestionaban los montos de la indemnización que se le tendría que reembolsar a Larry Silverstein por daños al WTC. Ésta terminó siendo un total de siete mil millones de dólares. El gobierno resaltaba la fecha inusual del seguro ya que se firmó dos meses antes del ataque y consideró una nueva cláusula que estipulaba: 

“(…)que el complejo financiero compuesto de (..) World Trade Center esté protegido contra actos que atentan la soberanía de los Estados Unidos de Norteamérica, considerados bajo el mismo, como actos terroristas (…)”.
NSA Insurance Financial Report, 338.TF.2001-Rev-1 

Trevor y sus compañeros salieron por un sistema de túneles de seguridad poco conocido, que todos los edificios del WTC tienen instalados. Los túneles tienen salida a un kilómetro del WTC. Estos túneles, construidos luego del primer ataque en las torres gemelas en 1993, estaban inactivos y se reactivaron en noviembre del dos mil, cuando Larry Silverstein compró el WTC.

Ustedes salieron bien, ninguno se hirió, ¿cierto?

-Dos de los nuestros sufrieron inhalación de humo, pero el resto estaba bien. Teníamos mascarillas dada nuestra línea de trabajo. Ninguno corrió, les urgí que no lo hicieran. Me recuerdo como se veía el resplandor y los paramédicos justo antes de la salida, únicamente esperándonos a nosotros.

-¿No atendían a nadie más?

-No, sólo nosotros. De hecho tenían camillas listas. Estaban preparados.

A las cinco y veinte de la tarde, el edificio siete colapsó en lo que se conoce como un efecto embudo, en el cual los edificios caen en su mismo centro, dejando pocos escombros alrededor. Para este entonces, el edificio estaba completamente evacuado y Trevor y el resto de su equipo, se encontraban con sus familias.

-Los reportes decían que había sido fuego lo que causó el colapso. Sin embargo  en varios reportes elaborados por universidades de renombre, dice que al fuego por sí solo toma no menos de dos semanas, en derribar un edificio.

-En efecto, el fuego en general no es bueno para eso. Un avión sí, los explosivos sí.

-Entonces, ¿por qué dice el informe del NIST que fue el continuo ataque del fuego que causó el daño del edificio?

-No sé. Nunca leí ese informe.

-¿Qué derribó el edificio siete?

-Dos aviones chocaron contra las torres gemelas a escasos cincuenta metros, por si no recuerda.

-Y, ¿el edificio cuatro? ¿El cinco?—me sonrió sacudiendo la cabeza.

Además de la valiosa información financiera sobre Larry Silverstein, el edificio siete albergaba documentos relacionando a la empresa WorldCom con el grupo financiero Citigroup y las investigaciones federales sobre colchones financieros gubernamentales de más de cuatrocientos millones de dólares para cubrir los errores del director de WorldCom, Bernie Ebbers. Ebbers terminó en la cárcel en el dos mil cinco por defraudar más de cien mil millones de dólares al gobierno de Estados Unidos.

Luego del colapso, se emitieron reportes afirmando que la estructura romboidal del edificio colaboró en su destrucción tan rápida y eficiente, en conjunto con el efecto embudo, fenómeno que se ha conseguido únicamente en demoliciones controladas. También afirman que de haberse utilizado explosivos, la onda sónica hubiera llegado a ser de 130 decibeles, nivel que causa daños permanentes en los oídos y no fue reportado por los testigos aledaños. Sin embargo, existen tecnologías de demolición química activada por la diferencia de voltaje entre dos metales, que no generan sonido considerable.

Proseguíamos en la entrevista cuando, en un silencio incómodo en el cual yo trataba de entrarle a la próxima pregunta, Dan Trevor se levantó, luego de tomar mi mano, y me acompañó a la puerta sin realmente haber acordado él y yo que la conversación había terminado. Yo sí le había mencionado que no contaba con mucho tiempo; ya el calor de Guanacaste había bajado y me esperaba un largo trayecto de vuelta a San José. Mientras caminábamos, no hablamos, tan sólo miré alrededor y me di cuenta que estaba en la casa de Dan Trevor, ingeniero pensionado con énfasis es Estructuras y Demoliciones, sobreviviente de los ataques del once de septiembre y un individuo sin relación alguna con su país.

-Dan, ¿cuándo se pensionó?

-Me pensionaron. Justo después. Alegaron que mi cuerpo no estaba hecho para esas condiciones—llegamos a la puerta y mimetizó el movimiento con el que me dio la bienvenida. - Tengo una buena pensión, por dicha.

- ¿Nunca se ha preguntado sobre el pasado? ¿Sobre ese día?

- ¿Para qué? El pasado lo define quien gana, el resto tan sólo lo creemos.

No dije palabra, traté de leer esos ojos cafés, cansados y erosionados por los años, y vi el placer que tenía al verme dudar, extendió cordialmente su mano despidiéndome. Sacudí su mano, sabía que no podía dejar pasar esa oportunidad.

-Dan, ¿usted apretó el botón?

-¿Cuál botón?—sonrió. 


Bernardo Montes de Oca. Nació en 1985, vive, aprende y repite. Ingeniero de profesión, apasionado por las letras, actualmente trabaja en su primer libro y participa activamente en diferentes talleres de literatura. Ha publicado cuentos cortos y trabaja como periodista en varios medios de habla hispana y anglosajona.






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