17/10/09

Abrir los ojos y ver




Ante la puerta y con gran dificultad, extrae la llave del bolsillo de su pantalón, operación en extremo complicada si se toma en cuenta que carga con los paquetes de víveres para la quincena. Desliza su mano izquierda y la sumerge en el bolsillo derecho de su pantalón y entre monedas y estrellas de mar, engarza con el dedo índice la argolla del llavero, comienza a sacar su mano suave y lentamente del bolsillo, pero es tan débil su vínculo con las llaves, que estas, al sentir el frío de la noche, no resisten, tiemblan y se arrojan al vacío. 

Flexiona lentamente las rodillas para probar si puede alcanzarlas, va aproximando su mano, cada vez más cerca de ellas, rastreando el piso como un viejo molusco que olfatea la carroña del fondo submarino, pero uno de los paquetes se vuelca desparramándose por el pasillo, maldice, deja caer los otros paquetes, levanta las llaves, se pone de pie y abre, entra en el apartamento, enciende las luces y regresa a recoger todas aquellas cosas, las despacha poco a poco en su sitio, se toma todo el tiempo y limpia los regueros hasta no dejar evidencias, salvo una lata de calamares sobre la mesa, cierra la puerta con llave.

Se queda mirando el apartamento, ¿Y ahora qué? No es posible que todo halla concluido, no es momento de abochornarse en la cama, ni de buscar agendas y marcar números sin respuesta, ni de cambiar de sitio los muebles, no era el momento para un espacio en blanco.

Desde su partida, ella le dejó constancia y su ropa, (la que a él le gusta), sus libros, su Amiguetti tamaño tarjeta postal en la inmensa pared blanca de la sala, los aceptó como una venganza, ella le demostró sencillamente que podía caminar por las calles, hacer el amor, comer, vestirse y soñar sin su ayuda, a cambio le dejó ese paisaje cotidiano donde todo lo demás se fundía con lo suyo. Y el tipo en vez de ir y tantear en las calles, aceptaba el pinche orden de las cosas, la breve aritmética de los días, buscó el disco de Eartha Kitt que escucharon tantas veces juntos, por no fallar a su nostalgia, por no defraudar a su circunstancia de triste, para no transgredir su escenario de hábitos consumados y objetos inertes.

Pero aún queda algo, se desnuda y va a buscar la lata de calamares que está en la mesa, enciende el tocadiscos y una voz chiclosa y tremenda canta a través de la lluvia definitiva y remota de los viejos discos de acetato acerca de pasados y festivos días de amor en Portugal, va a la cocina y saca una escudilla e introduce el dedo en el ojo del abre fácil, jala de éste y queda prendido en su dedo como un anillo barato y extravagante, lo observa largo rato, no tiene sentido y arroja el anillo barato y extravagante al basurero.

La lata continúa intacta, la voz del tocadiscos dice que su corazón le pertenece, saca un cuchillo grande, filoso, de mango negro y lo entierra en el borde de la lata y sin derramar una gota desprende la tapa, la coloca de nuevo en la mesa y da un grito: en medio de la viscosidad de aceite y tinta tictañean un sin número de burbujas.

La voz del tocadiscos se alza y de la sala sincopadamente emerge "I want to be evil" se acerca lentamente con el cuchillo al acecho y las burbujas cesan, se acerca más y algo le pringa el rostro, grita, el cuchillo cae, echado hacia atrás ve un pequeño tentáculo que emerge, oscila ebrio y se azota fuera de la lata hasta caer desmayado, algo lo empuja nuevamente hacia la lata, la voltea y en medio de aquel charco negro, un pequeño, blancuzco y agonizante calamar lucha convulsionado contra su desgracia.

Conmovido, lo levanta con sus manos, pero se escurre y resbala y de un golpe seco deja de girar el disco, de un salto lo deja en el fregadero, pero la criatura parece morir, comienza a buscar, a sacar ollas, recipientes. Nada. Sin saber por qué, corre al dormitorio y trae una de esas antiguas botellas de leche que ella tantas veces usó como florero, lo enjuaga aprisa, la llena de agua y la pone junto al animal que parece no moverse más.

Pero sí, en una mirada comprende y con las últimas fuerzas que le restan comienza a reptar hacia la botella, se aferra a ella, la abraza en medio de horribles convulsiones de agonía, tratando de algún modo escalar, de resolver con las ventosas, de amarla, de poseerla, de adquirirla, de asumirla con esos tentáculos tronchados, fija dos y los siguientes empujan hacia arriba, los otros se apoyan al suelo del fregadero, su cabeza como un globo desinflado, como un ser desangelado, como una bandera dormida, cuelga de un lado y con un movimiento del otro, desnucado, a media asta, lerdo, un tentáculo sobre otro y otro y otros y una larga pausa, larga larga y rígido con los ojos aplastados, deslizándose hacia abajo, perdiendo trecho, luego otro esfuerzo, recuperando milímetros preciosos, otros jaleos, frío, hinchado y coagulado se detiene nuevamente y otra vez se torna moribundo, fracasando, palpitantemente y las puntas de sus brazos alcanzando casi los bordes de la boca de la botella, ahora no cede, no descansa, no cuando sus brazos al fin besan el agua y su cuerpo divaga todavía en el vacío, apunto de caer, pero no, ya no, los tentáculos entrando, los unos, los otros y viene lo peor cuando trata de introducir la cabeza, contorsionándola, estrechándola, ahorcándola, exprimiéndola, sofocándola, engangrenada, casi cabiendo, deslizándose, lentamente, la protuberancia va pasando, tortuosamente succionada por la gravedad, hasta caer de pique, hasta el fondo, acurrucado y autista.

El individuo lleva la botella hasta la sala donde hay más luz, contempla el débil cuerpecito en reposo y unos ojitos grises agradecen enfermos. Ve la raya rosada que empieza a dilatarse por su cabeza y la sutil incandescencia que va tornándose en aquella mirada y cuando transcurren los minutos y el rosado lo invade por completo y sus diminutas vísceras lo irrigan, y sus tentáculos se estiran y se encogen recibiendo oxígeno y silencio mientras dos membranas ondean a sus costados y así que van pasando horas y va amaneciendo y el rosado se vuelve púrpura, transformándolo del todo en esa flor invertida, en ese repentino meteoro, a salvo, vivo, el hombre se regocija y puede al fin consagrarlo como el más bello hallazgo, o quizá más que eso, lo mira con gozo y mansedumbre, comprometidamente, como a un ideal.


Germán Hernández.






7/10/09

Fray Diego de Landa y la Fe del Invasor




1.Introducción

La Conquista de los territorios hallados por los conquistadores, significó para las naciones de Europa el comienzo de un enorme y casi ilimitado proceso de acumulación de riquezas, también, se puede decir que con esta comienza el proceso de mundialización.

Para los pueblos autóctonos de las tierras sometidas a coloniaje, significó por otra parte, el avasallamiento en el mejor de los casos, y el exterminio total de sus civilizaciones. Cada vez que nos asomamos al pasado precolombino hacemos arqueología, para los pueblos victoriosos de Occidente hacemos historia.

Durante siglos de recuperación histórica, con profunda ironía, las fuentes para recoger la memoria de los pueblos autóctonos de América, se habrá de recurrir siempre a las relaciones escritas por los invasores, en muchos casos, miembros del clero, misioneros encargados de esparcir el evangelio del Invasor, se pueden citar muchos casos, como el de Durán, Sahagún, Olmos, Zumárraga, detestan las culturas halladas, destruyen templos, bibliotecas y todo testimonio original de dichos pueblos, al final, solo nos quedan sus testimonios, carentes de objetividad y llenos de su propia visión de mundo, ajena a los pueblos sometidos.

Queremos referirnos al caso de Fray Diego de Landa, y su obra misionera como obispo en Yucatán, de las cuales dejó su “Relación de las Cosas de Yucatán” redactadas en 1560. Este personaje es particularmente importante por su protagonismo en los hechos de Maní, donde destruye cientos de códices y documentos que clandestinamente las comunidades mayas guardaban.

¿Por qué relatar y revolver estos hechos? Porque estos relatos a pesar de su somnolienta presencia en la conciencia del hombre americano contemporáneo, explica también la actitud de las oligarquías criollas posteriores, de las fases de saqueo mercantil y periférico de las naciones emergentes, y en buena medida, el intento todavía pendiente por restituir de autenticidad la religiosidad de los pueblos mestizos americanos.

Desde el punto de vista de los pueblos sometidos, el cristianismo representa la religión del invasor, el triunfo de este y su conquista representa el triunfo de Dios y la muerte de los dioses autóctonos, este triunfo es total, sus implicaciones son deicidas. La destrucción de vidas es incalculable, y la destrucción de sus obras también, hoy día no queda más de 6 códices, esparcidos en algunas bibliotecas europeas. Para las civilizaciones exterminadas no hay restitución posible.

Fray Diego de Landa nace en 1524, y llega a Yucatán en 1549 y en 1572, después de haber ocupado algunos cargos subalternos, ocupa el Obispado de Yucatán. Sobre su obra evangelizadora escribe uno de los suyos, el obispo fray Francisco de Toral: “He dicho esto, para que V.M –dirigiéndose al rey Felipe II – sepa que en lugar de doctrina, los indios han tenido estos miserables tormentos, y en lugar de les dar a conocer a Dios les han hecho desesperar (….) Lo que es peor, que quieren sustentar, que, sin tormentos, no se puede predicar la ley de Dios”. En 1562, es descubierto un adoratorio clandestino, en que los mayas proseguían sus cultos, Fray Diego de Landa, decomisa todos los escritos encontrados, y son incinerados por órdenes suyas.

2.La Fe del Invasor

Puede parecer un tanto escandaloso, indicar que el Cristianismo para América representa un componente más del proceso de destrucción de los pueblos autóctonos, en vista que durante el proceso de hibridación cultural resultante, se puede decir que amplios sectores de los americanos actuales son creyentes.

Destinatarios o no del Cristianismo, lo cierto es que la experiencia religiosa de los pueblos americanos es periférica, secundaria y poco relevante para los centros eclesiásticos de Occidente, la influencia del cristianismo americano hacia fuera es prácticamente inexistente. Y en cinco siglos su desarrollo concéntrico y hacia adentro ha tenido que transformarse continuamente en la voz de los que no tienen voz a manera de reinvención en Monseñor Romero, en Camilo Torres, y muchos otros. Mientras que desde los centros hegemónicos de la Iglesia consintió en el genocidio en primer lugar, y su alinamiento al lado de los oligarcas criollos.

Y no se puede negar, que en la experiencia cristiana reciente, a partir de la segunda mitad del Siglo XX, los aportes fundamentales de la Teología de la Liberación, ofrecen al menos varios elementos para un replanteamiento de fe y de la espiritualidad:

1.Una Iglesia concreta y de carne y hueso
2.La liberación como realización del reino de los cielos en la tierra
3.La retribución a los pueblos sometidos y humillados de la tierra
4.El Jubileo y el perdón de la Deuda

Pero para llegar a estos vórtices, no se pueden hacer rodeos, ni se puede obviar, que esta iglesia siempre fue injerto, que sus posibilidades materiales se dieron al lado del conquistador y luego de las oligarquías, que su existencia dependió en el cuidado de las almas y no de la corporeidad consiente y viviente portadora de dichas almas!.

Para la América pequeño burguesa, embriagada de la actitud “posmoderna” su opio es cosa superada, y racionalmente sustituida por otros cultos. Para la América india y campesina, todavía merodea el animismo y los ritos más ancestrales entre santos de yeso y los altares de oro. Lo que la iglesia nunca pudo domeñar, tuvo que absorberlo: Las vírgenes se volvieron morenas, y en los atrios de las iglesias al lado de ángeles con laudes había otros que tocaban maracas, la iglesia en América es sincrética y tiene que ser así para sobrevivir, nunca pudo el Santo Oficio suprimir la realidad por los dogmas.


3.El Retorno a la quema de los dioses

De nuevo, estamos en medio de la quema de los códices, el siglo XXI no será el siglo de la esperanza para los pueblos americanos, ninguna consigna está por encima de las evidencias: ni el proceso de industrialización alcanzó la sustitución de importaciones, ni ahora en la era de las comunicaciones se ha dado la transferencia tecnológica prometida después de los procesos de ajuste estructural.

Las naciones americanas en mayor o menor medida, pasaron de “bananas republics” a “call centers republics”, el horizonte siempre está en otra parte. A pesar del entusiasmo por las transiciones electorales recientes, el continente americano sigue siendo un proveedor de materias primas y servicios, y el destino de millones de personas se decide más allá de sus fronteras.

¿Qué tiene que ver todo esto con Fray Diego de Landa? Volvamos al relato mítico del Maní y la quema de los códices.

Se narra que quienes denunciaron el “adoratorio” clandestino fueron dos niños indígenas; la denuncia en aquellos días era práctica muy extendida, era salvaguarda y protectora, y además una actitud muy valorada por el Santo Oficio. En realidad durante la Inquisición, los encargados de la vigilancia eran todos los habitantes, el inquisidor solo jugaba un papel importante a partir de la denuncia y en el proceso.

¿Acaso el hecho de que dos niños indígenas fueran los denunciantes no da un contenido simbólico a la construcción de la identidad e invención de la América posterior? Con frecuencia, en los procesos de encomienda, se le exigía a los pueblos autóctonos entregar a sus niños a la iglesia, para iniciarlos en la sana doctrina y enseñarles diversos oficios, entre ellos artesanías diversas, leer y escribir, y algunos hasta llegaron a clérigos.

Dos niños, como un Remo y un Rómulo, son los parte aguas de un antes y un después, en realidad no interesan el número de manuscritos destruidos, (la evidencia indica que fueron quemados todos) tampoco importa cuántos “indios” fueron cristianizados por la fuerza (esto es torturas). La fuerza simbólica de los hechos es más poderosa todavía.

Una generación de niños instruidos en la santa doctrina fueron a fin de cuentas responsables por cerrar las puertas del paganismo para abrir las puertas hacia el nuevo estado de cosas, desde luego que esta es una construcción y está distante de ser verídica, a pesar de que sobre ella pesa más realidad que sobre los hechos.

En el fondo, se quiere sustituir la quema de seres humanos concretos por la quema de dioses simbólicos, parece más humanitario, pero esta quema de dioses, exige sacrificios humanos, y la voracidad de sangre del dios occidental es ilimitada.


4.Conclusión sin Porvenir

Las imágenes del Cristianismo en los países de América, fueron perfectamente elaboradas, la Iglesia se transmutó en una Madre protectora y mediadora que dio a conocer a su hijo Jesucristo… este rostro que asumió la Iglesia de Madre virgen, se convirtió en discurso alternativo al verdadero proceso de evangelización que se dio en nuestros países.

¿Será posible con estos discursos sustitutivos de la realidad resignificarlos? Pienso que una tarea importante de la Teología en general es poder aprovechar desde la religiosidad vivida y experimentada de las personas la elaboración de opciones liberadoras y transformadoras, tolerantes e incluyentes de la alteridad. ¿Pero hasta donde es posible esto? ¿Cómo evitar en alguna medida el peligro de más bien hacer arreglos y acomodos artificiosos?

Finalmente, no creemos que descubrir estos hechos sea como despertar de un sueño para enfrentarse a la realidad, hay sueños más reales que la realidad. La verdad histórica puede ser mediatizada y reelaborada una y otra vez según las necesidades.

No creo que decirle a las comunidades americanas actuales que todo su credo está construido sobre millones de muertos tenga el menor efecto, a no ser un profundo recelo y desconfianza. Sin embargo, negarse a la discusión sí supondría una definitiva petrificación de la historia. Una petrificación de la historia sería como decir que ya hemos llegado, que no hay proceso ni transformación posible.

Germán Hernández